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LOS VIÑEDOS DE PARÍS Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Hacía 4 años que no visitaba la capital francesa. La última vez escribí un ligero post sobre el viñedo de Montmartre y el desarrollo de su entorno bohemio a las afueras de París para esquivar los “droit d’entrée” (impuestos aduaneros) que suponían la mayor fuente de ingresos de la ciudad en el siglo XVIII y que a su vez asfixiaban a la población.
Hoy hablaré de otro de los más famosos viñedos parisinos: la Vigne de Bercy. Con apenas 350 cepas plantadas en 1996 (casi la mitad acaban de replantarse de nuevo), sus 660 m2 producen alrededor de 250 litros de vino principalmente de las variedades Sauvignon y Chardonnay. Su plantación pretende homenajear al que en su día fue uno de los mercados de vinos y licores más próspero del mundo.
Durante el siglo XVII, mucho antes de que la comuna de Bercy se anexionase a París en 1859, fue un punto estratégico para el comercio del vino, ya que su cercanía al río Sena facilitaba el transporte de las barricas y su localización fuera de los límites de la ciudad evitaba el gravamen del “droit d’entrée”. Esto le hizo crecer como uno de los grandes puntos comerciales del vino, negociándose las compraventas en la orilla del río y creando una estructura de bodegas y tabernas de lo más variopinta.

El “droit d’entrée” era la última tasa aduanera que los productos foráneos debían pagar para entrar en el suculento mercado parisino en el siglo XVIII. No era un gravamen nuevo, sino que el sistema llevaba casi 4 siglos funcionando y suponía la mayor fuente de ingresos de la ciudad.

En aquella época, el vino era más un alimento que un bien de lujo (excepto los más cotizados en la corte) y en intramuros su precio podía ser 3 veces mayor que en los pueblos aledaños. En paralelo a este sistema, poco a poco se fue creando una red de contrabando en la que el vino era uno de los artículos más jugosos. Los cientos de contrabandistas que operaban desde fuera de las murallas, a menudo usaban técnicas de lo más variopintas para mover la mercancía evitando el impuesto local: desde caseras catapultas hasta globos de aire caliente.
Pero sin duda el método más utilizado era el recorrido de galerías subterráneas que en su día fueron canteras para las construcciones civiles de la ciudad. Su estado de semiabandono así como su laberíntico y complejo recorrido, hacía imposible un control eficaz, por lo que contrabandistas, bandidos y ladrones encontraban en ellas perfectas aliadas en sus negociados.
En concreto las vastas canteras de Montrouge y Gentilly eran bien conocidas por las autoridades, tal y como se puso de manifiesto en el juicio a los contrabandistas de Montsouris. Cuando las autoridades empezaban a conocer el circuito de trabajo y a sus perpetradores, los sistemas de contrabando se fueron adaptando. Uno de los eventos más destacados tuvo lugar la noche del 11 de julio de 1789.
Los contrabandistas Monnier y Darbon reunieron a un pequeño grupo de colaboradores para prender fuego a uno de los punto aduaneros estratégicos en la entrada a París: la Barrière Blanche.
Al día siguiente, la chispa prendió la llama y puertas similares ardieron en distintas carreteras que conectaban con pueblos limítrofes. Y el 13 de julio (día previo a la toma de la Bastilla), las aduanas de los barrios de St-Martin y St-Antoine corrían la misma suerte. Y ya todos conocemos el desenlace del 14 de julio.
Con la excusa de la situación política y social del país, Monnier se convirtió en el héroe de “la Barrière Blanche”, pero la realidad es que previa a la destrucción de las barreras, este avispado traficante tenía una logística preparada para pasar su mercancía por la destruida aduana.
El impuesto fue derogado en 1791, pero retomado parcialmente en 1798 ya que esos ingresos eran vitales para mantener los servicios públicos y toda la estructura burocrática parisina. Por ello no es de extrañar el tejido de Guinguettes (“casas de campo” donde los parisinos se iban a emborrachar a bajo coste) que se desarrolló en la periferia de París. Algunos de estos barrios han creado un estilo de vida e identidad propia bajo esta premisa, como el paradigmático Montmartre.
Otros barrios aprovecharon su situación estratégica en la frontera de la muralla y a orillas del Sena, para desarrollar una prolífica relación comercial. Este es el caso de Bercy, cuyas bodegas y almacenes de comerciantes y criadores dieron lugar a uno de los mercados del vino más importantes del mundo. Los adoquines y las barandillas de la Cour Saint-Emilion y antiguas vías ferroviarias dan buena cuenta de tan glorioso pasado.

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