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Un solo catador de Galicia en la corte mundial del vino

Y el sueño se hizo realidad. He participado en el más grande y prestigioso concurso de vinos del mundo. Y la experiencia no me ha defraudado. Ya había participado en varios concursos internacionales y en todos ellos el rigor y la profesionalidad siempre han sido sus ejes centrales. Pero del Concurso Mundial de Bruselas (esta edición 2012 se celebró en Guimarâes, ya que es itinerante), sus cifras lo dicen todo:
o   8.397 vinos y espirituosos
o   52 países participantes
o   320 catadores
o   30 catadores de España (11 Madrid – 10 Catalunya – 6 Valencia – 1 Castilla León – 1 Castilla La Mancha – 1 La Rioja – 1 Galicia)
En la próxima edición se separarán los espirituosos, que se van para Taiwán (China). El de los vinos, para Bratislava (Eslovaquia). Y se estrena el de cervezas, que se celebrará en Bruselas (Bélgica).
Los primeros minutos del concurso son desconcertantes, el escenario impone con sus dimensiones y la presencia de los más prestigiosos catadores del mundo. Después de saludar a muchos de los catadores españoles, lo que ya me va tranquilizando, me cruzo con D. Louis Havaux, creador del Concurso Mundial, quien para mi sorpresa, no solo se acuerde de mí, si no que ante los presentes y delante del escenario, me obsequia con una gran sonrisa acompañada de una  carcajada de reconocimiento y un reconfortante abrazo. Ni terapia sicológica, ni masaje relajante; ese abrazo me aportó más seguridad que los 18 años que llevo en el oficio. A partir de ese momento, a disfrutar de la oportunidad.
La cata es ciega (a botella tapada) y solo se nos informa de la cosecha. De los 150 vinos que nos tocaron en mi panel había vinos de 20 DD.OO. procedentes de 11 países, y los que peor puntué, eran  tintos de Rioja y de Toro y la mejores puntuaciones se las otorgué a un Puisseguin Saint-Emilion (Francia) y a un Douro (Portugal). Con todos los resultados en la mano, pensé que en mi interior era claramente antiespañol. Pero hay dos claves para justificar mi aparente falta de patriotismo. La primera es que les di buenas puntuaciones a casi todos los verdejos de Rueda, cierto es que no sabía que eran de Rueda, pero tampoco sabía lo de los de  la Rioja y Toro, y bien que me ensañé con ellos. El hecho de que fui llamado al orden en dos ocasiones por el presidente de mi jurado por desviarme excesivamente de la media de mis otros 4 compañeros, e invitado a reflexionar y si lo consideraba oportuno modificar mi tendenciosa manera de puntuar, es  la clave para entender mi aversión hacia muchos de los vinos de España. Los dos vinos en cuestión eran un verdejo de Rueda y un chardonnay de Thrace (Bulgaria), los dos pasadísimos de madera, igual que los otros vinos que puntué a la baja. Así que de antipatriota nada, lo que soy es un antipinocho.
Al final, como se dice en nuestro argot, el mundo del vino se divide entre fruteros y pinochos.
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